1944
Según
la definición de la Unesco,
un libro debe poseer 49 o más páginas (25 hojas o más). Desde cinco hasta 48
páginas sería un folleto
(desde tres hasta 24 hojas). Desde una hasta cuatro páginas se consideran hojas
sueltas (una o dos hojas).
También
se llama "libro" a una obra de gran extensión publicada en varios
libros, llamados "tomos" o "volúmenes". Otras veces se
llama también "libro" a cada una de las partes de una obra, aunque
físicamente se publiquen todas en un mismo volumen.
Historia
Desde los orígenes, la humanidad ha tenido que hacer frente a una cuestión fundamental: la forma de preservar y transmitir su cultura, es decir, sus creencias y conocimientos, tanto en el espacio como en el tiempo.
El planteamiento de esta cuestión supone: por un lado, determinar la forma de garantizar la integridad intelectual del contenido de la obra y la conservación del soporte en el que fue plasmada, y por otro, encontrar el medio por el cual se mantendrá inalterada la intención o finalidad para la cual se concibió.
Los orígenes de la historia del libro se remontan a las primeras
manifestaciones pictóricas de nuestros antepasados, la pintura
rupestre del hombre del paleolítico.
Con un simbolismo, posiblemente cargado de significados mágicos, estas pinturas
muestran animales, cacerías y otras escenas cotidianas del entorno natural del
hombre antiguo, que trataba de dominar las fuerzas adversas de la naturaleza
capturando su esencia mediante su representación. Son el más antiguo precedente
de los primeros documentos impresos de que se tiene memoria.
Durante las edades antigua y media de la historia de la humanidad, época en que predominaba el analfabetismo, los libros eran escasos y costosos, pues todos estaban escritos a mano en grandes pergaminos que eran custodiados celosamente en algunas bibliotecas, como las de Pérgamo, Alejandría o Bizancio, de modo que las personas que querían instruirse en ellos debían viajar a dichas ciudades y solicitarlos. El acceder a un libro de la época era un trámite al alcance de pocos. Desde la antigüedad, predomina la ignorancia y la superstición, pero se reconocía el enorme poder e influjo que tenía la información para quien decidía obtenerla; por eso, era celosamente guardada.
Con el advenimiento de la
imprenta, se inicia la época de expansión bibliográfica, de la modernidad y del
pensamiento crítico, facilitado en la actualidad con el acceso a la información
en otro tipo de fuentes, tales como periódicos, revistas, Internet, etc. No
obstante, el valor del libro es perdurable a través del tiempo.
Orden de los libros
El
libro en el Lejano Oriente
Se
sabe que los chinos imprimieron el primer libro en el año 868 d. C. el
Frontispicio del Vajracchedika Sutra (Sutra de Diamante) que fue
traducción de un texto hindú; el método de impresión fue mediante bloques de
madera grabados.
Los
libros en forma de rollo de papiro o pergaminno
fueron más tarde reemplazados por el codex, un libro
conformado de páginas y una espina, similar a los libros utilizados hoy en día.
El codex o códice fue inventado durante los primeros siglos de nuestra era.
Previamente a la invención y adopción de la prensa de impresión,
todos los libros eran copiados manualmente, lo que hacía que fuesen caros y
escasos.
Los
libros eran copiados e iluminados por monjes en el scriptorium
(sala de escritura) de un monasterio. Las lámparas y las velas estaban prohibidas
para evitar los incendios, y los monjes no podían hablar para no cometer
errores. Toda comunicación se mantenía mediante signos.
Durante
la edad
media, cuando sólo las iglesias, universidades y hombres
pertenecientes a la nobleza podían adquirir libros, estos eran a menudo puestos
bajo llave para
evitar su hurto. Estos primeros libros fueron hechos con páginas de pergamino y vitela, pero
desde el siglo X
estos materiales fueron paulatinamente reemplazados por papel, ideado por los
chinos, aunque fueron los árabes
quienes transmitieron el proceso de elaboración del lejano
oriente a Europa.
En el
siglo XV, comenzaron a elaborarse algunos libros mediante impresión
de bloques. La técnica de impresión
de bloques consiste en tallar sobre una tabla de madera la imagen de cada
página. La tabla con relieve era entintada y utilizada para crear numerosas
copias. Sin embargo, elaborar un libro con este método resultaba un tarea
premiosa, y sólo se utilizaba en ejemplares profusamente ilustrados o muy
demandados.
Comunicación
oral y formas rudimentarias
Las
señales gestuales fueron la primera forma de expresar y transmitir mensajes. La
palabra hablada es la manera más antigua de contar historias. Mediante fórmulas
de valor mnemotécnico[1] se estructuraban narraciones, que
pasaban de generación en generación como valiosa herencia cultural de los más
diversos grupos humanos. Dichas reglas mnemotécnicas ayudaban tanto a la
memorización como a la difusión de los relatos. Es el caso
de los poemas
homéricos, que han merecido valiosos estudios sobre el particular.
Posiblemente, gran parte de las tradiciones y leyendas han tenido semejante
inicio. Esta transmisión oral tenía el inconveniente de los «ruidos» que
deformaban el mensaje. La mayoría de las veces era el narrador (rapsoda, aeda,
juglar) quien en función de sus intereses la deformaba de una u otra forma.
La
escritura
Cuando
los sistemas
de escritura fueron inventados en las antiguas
civilizaciones, el hombre utilizó diversos soportes de escritura: tablillas
de arcilla, ostraca, placas
de hueso o marfil, tablas de madera, papiros, tablillas
enceradas, planchas
de plomo, pieles
curtidas, etc.
La
escritura fue el resultado de un proceso lento de evolución con diversos pasos:
imágenes que reproducían objetos cotidianos (pictografía);
representación mediante símbolos (ideografía);
y la reproducción de sílabas y letras.
Los
más antiguos vestigios de escritura se encuentran, hacia finales del IV milenio
a. C., en el Antiguo Egipto, con jeroglíficos,
y la antigua Mesopotamia, mediante signos cuneiformes (escritura cuneiforme; utilizaban una varilla
con sección triangular, que al hendir en placas de arcilla, dejaba una marca en
forma de cuña). La usaron los sumerios, acadios, asirios, hititas, persas, babilonios etc. La escritura
egipcia, que perduró más de tres milenios, mediante jeroglíficos, representaba
ideas abstractas, objetos, palabras, sílabas, letras y números. Evolucionó en las
escrituras hierática y demótica.
Otros pueblos,
como los hititas y los aztecas también tuvieron tipos propios de escritura.
La producción de libros en Europa
crecía desde 500 hasta 1800 por el factor de más de 70.000.[2]
El evento clave era la invención de la imprenta por Gutenberg
en el siglo XV.
No es
sino hasta mediados del siglo XVIII, una vez que el libro ha superado las
dificultades tecnológicas que le impedían convertirse en una mercancía,
que este inicia su rápido ascenso dentro del gusto de las minorías
ilustradas de la sociedad.
La
invención de la imprenta
y el desarrollo del papel,
así como la aparición de centros de divulgación de las ideas, permitieron la
aparición del escritor
profesional que depende de editores y libreros
principalmente y ya no del subsidio público o del mecenazgo de los nobles o de los
hombres acaudalados.
Además,
surge una innovación comercial que convierte al libro en una mercancía de fácil
acceso a los plebeyos
y los pobres,
que consiste en las librerías ambulantes, donde el librero cobra una cantidad
mensual para prestar libros, que al ser devueltos le permiten al lector-usuario recibir
otro a cambio.
El
mismo libro, se convierte en un avance que da distinción a los lectores como
progresistas en un siglo en que el progreso es una
meta social ampliamente deseada y a la que pueden acceder por igual nobles y
plebeyos, creando una meritocracia de nuevo cuño.
A pesar de lo anterior, la minoría que cultiva el
gusto por el libro se encuentra entre los nobles y las clases altas y
cultivadas de los plebeyos, pues sólo estos grupos sociales saben leer y escribir,
lo que representa el factor cultural adicional para el inevitable auge del
libro.
La censura de libros
Otro
importante factor que fomentó el aprecio por los libros fue la Censura, que si bien solía ejercerse también en
períodos anteriores a los siglos XVII y XVIII, es precisamente en esta época
cuando adquiere mayor relevancia, puesto que los libros se producen por
millares, multiplicando en esa proporción la posibilidad de difundir ideas que
el Estado y la Iglesia no desean que se divulguen.
En 1757
se publicó en París un decreto que condenaba a muerte a los editores,
impresores y a los autores de libros no autorizados que se editarán, a pesar de
carecer de dicha autorización. La draconiana medida fue complementada con un
decreto que prohibía a cualquiera que no estuviera autorizado a publicar libros
de tema religioso. En 1774, otro decreto obligaba a los editores a
obtener autorizaciones antes y después de publicar cada libro y en 1787,
se ordenó vigilar incluso los lugares libres de censura.
Estas
medidas lo único que lograron fue aumentar el precio de los libros y obligar a
los libreros ambulantes a no incluirlos en su catálogo, con lo cual
incrementaron el negocio de los libros prohibidos, que de esta manera tenían un
mayor precio y despertaban un mayor interés entre la clase alta que podía pagar
el sobrevalor, con lo cual se fomentaron en el exterior, en Londres, Ámsterdam, Ginebra y en toda Alemania, las imprentas que publicaban libros en
francés. Así fueron editados hasta la saciedad Voltaire, Rousseau, Holbach, Morell y muchos más, cuyos libros eran transportados en buques que anclaban en Le Havre, Boulogne y Burdeos, desde donde los propios nobles los
transportaban en sus coches para revenderlos en París.
En
tanto la censura se volvió inefectiva e incluso los censores utilizaron dicha
censura como medio para promover a astutos escritores y editores. Así, por
ejemplo, cuando el todopoderoso ministro Guillaume-Chrétien
de Lamoignon de Malesherbes revocó la autorización para publicar la Encyclopédie, fue él mismo quien protegió a la
obra cumbre de la Ilustración para después distribuirla de manera más libre, lo
mismo hizo para proteger Emile y La nouvelle Éloise.
Confección de un libro
Normalmente,
un libro es impreso en grandes hojas de papel, donde se alojan 8 páginas a cada
lado. Cada una de estas grandes hojas es doblada hasta convertirla en una
signatura de 16 páginas. Las signaturas se ordenan y se cosen por el lomo.
Luego este lomo es redondeado y se le pega una malla de tela para asegurar las
partes. Finalmente las páginas son alisadas por tres lados con una guillotina y
el lomo pegado a una tapa de cartón. Toda esta tarea se realiza en serie,
inclusive la encuadernación.
En el
caso de que las hojas no sean alisadas mediante un proceso de corte, se habla
de un libro intonso.
Las imprentas más modernas pueden imprimir 16, 32 y
hasta 64 páginas por cara de grandes hojas, luego, como se mencionara más
arriba, se las corta y se las dobla. Muchas veces el texto de la obra no
alcanza a cubrir las últimas páginas, lo que provoca que algunos libros tengan
páginas vacías al final del mismo, aunque muchas veces son cubiertas con
propaganda de la editorial sobre textos del mismo autor o inclusive otros de su
plantilla.
Los
importantes avances en desarrollo de software y las tecnologías de impresión
digital han permitido la aplicación de la producción bajo demanda (En inglés el
acrónimo P.O.D.) al mundo del libro. Esto está permitiendo eliminar el concepto
de "Libro Agotado" al poder reimprimirse títulos desde un sólo
ejemplar, y se está fomentando la edición de libros en tiradas muy cortas que
antes no eran rentables por los medios tradicionales.
Cómo
aplicación más innovadora, las librerías electrónicas más reconocidas están
además ofertando a todo el mundo libros que no son fabricados hasta que son
vendidos. Esto es posible sólo por estar dados de alta en los sistemas de
producción de compañías internacionales como Lightning Source, Publidisa,
Booksurge, Anthony Rowe, etc.